A Jorge Lanata lo conozco desde cuando era un joven autosuficiente. Fue en 1982. La OEA ponía en marcha el proyecto del TREN CULTURAL y Jorge sería su coordinador. Eran momentos difíciles, estábamos en plena guerra de Malvinas y todos deseamos que nuestros muchachos volvieran a casa sin tantas heridas en el cuerpo y en el alma.
Poco tiempo después, Lanata funda el diario Página 12 con un grupo de periodistas e intelectuales, instalando en la Argentina una nueva forma de hacer periodismo. Desde aquella época son pocas las veces que volví a verlo. Lanata creció, se transformó en escritor y referente de toda una generación de comunicadores. Hoy está en Medio Oriente, en plena zona del conflicto, en Haifa, mirándome desde la portada del diario Perfil, con un anotador en la mano y el casco azul en la cabeza, con su barba hermigwayana y a su espalda un edificio destruído por los misiles Katiushas. No lo veo feliz, nadie puede estarlo pisando muerte, en ronda de gritos y llantos, en pareja con el sonido hueco de las explosiones. Lanata hoy es Hemingway. No el "Papá" de los Sanfermines ni el bebedor sentado en su poltrona de Finca La Vigía. Habló de desolado periodista que escribe con su propia sangre, que no quiere traicionar al hombre. Hemigway dejó para todos nosotros esas páginas que aún hoy, cuando las leemos, sentimos un sudor frío en la espalda. Son todas aquellas del corresponsal de guerra, un título que parecía olvidado para los nuevos periodistas. Lanata Hemingway está tratando de saber si los hombres seguimos matando la ilusión de vivir en paz, a pesar de pontificar que la paz es posible.
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