Tiene veinticuatro años. Es rubia, alta, espigada, infartante. Llegó desde Misiones para estudiar letras en la UBA. Su padre es un industrial maderero que generalmente viaja a Buenos Aires para ubicar su producción. No es amigo de los contactos por internet ni nada que tenga que ver con la tecnología. A su esposa la conoció en Mendoza, en la casa de su primo Antonio, respetado viniticultor de la zona de Uspallata. Los Vinancich tienen 3 hijos. Adela, la mayor, es bioquímica, Teodoro, el menor, veterinario y Adriana, la del medio, quiere ser escritora.
A Pedro Vinancich lo trato desde la adolescencia.Nunca fuimos grandes amigos pero mantenemos una buena relación. Su mujer Graciela es odontóloga y prácticamente no cruzamos palabra.El polaco -así lo apodamos- me pidió, en una de sus visitas, que guiara a Adriana. Al principio ella fue educada y respetuosa pero, al poco tiempo, se mostró con total libertad.No sé si me sedujo o me enamoré como un tonto. Lo cierto es que estoy viviendo una aventura que me recuerda a la de Hemingway y la jovencita Adriana Ivancich. Por esta niña Ernest llegó a la agresión violenta contra Mary y fue fuente de inspiración de su libro Al otro lado del río y entre las hojas. La preparación del trabajo, que recibiera una crítica hostil, lo lleva hasta Cortina d'Ampezzo, París y Venecia. En esas circunstancias conoce a Aaron Hotchner, que había viajado hasta Finca La Vigía con el objeto de realizarle una entrevista para la revista Cosmopolitan. A partir del encuentro, y por el resto de la vida de Hemingway, Hotchner sería una especie de confesor.
No creo que pueda decirle al polaco que su hija es una mujer hermosa, completa, sexual y ardiente. Tampoco sé si será una escritora. Eso poco interesa.Descarto viajar a Venecia. Desecho toda la magia de un libro y todavía no conocí a un Hotchner para contarle que Adriana es una diosa.
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