Monday, July 03, 2006

CUATRO DÉCADAS, CINCO AÑOS, SIN OLVIDO

Aquí, la madrugada del 2 de julio fue muy húmeda. Desde mi balcón observé que toda la calle estaba mojada y una especie de bruma tapaba los edificios más altos. Había salido para reunirme con algunos amigos que desde hacía unos meses no nos veíamos. Fuímos a cenar a un viejo bodegón y después tomamos unas copas en un pub de la calle Reconquista. Hablamos por largo rato sobre esta torpe forma de reencuentro. Ninguno quiso admitir que la vida nos separaba sin razón y que todas las excusas terminaban en la falta de tiempo.Cada uno fue perdiendo la costubre, la sana y hermosa costumbre de establecer un día al mes para juntarnos. Antes nunca faltábamos a la cita. Ahora evitábamos encontrarnos. Nos despedimos y caminé en medio de la noche. Llegué a casa, mi esposa dormía. No tenía sueño. La televisión no me atrae. Calenté el café y me senté en el sillón del comedor. En mitad del silencio escuché un disparo. Quedé sin aliento. Pensé en el vecino, en el muchachito que vive solo. En la señora mayor que siempre me saluda cuando salgo. Nada de movimientos. Nada de gritos ni llantos. No escuché sirenas de ambulancias. Sin embargo hubo un estampido, un suicidio, un triste final. El olor a café quemado me hizo reaccionar. Fuí hasta el baño y me mojé la frente. El espejo no mentía: tenía rostro de preocupación. No estoy loco, borracho, ni drogado, pero ese disparo partió la madrugada como en aquella casa de Ketchun, en Idaho, un domingo, hace 45 años.

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